top of page
Buscar

Luz de tormenta


(Casa, junio 2023)


Mis botas se van acostumbrando a escalar peñas. Hoy solo pasean con cuidado por el camino de tierra. Empiezan a conocer cada piedra del sendero y me dirigen hacia un lugar alto y abierto para ver caer el atardecer sobre la comarca.


El viento se ha enfriado esta tarde y puedo ver la tormenta posada sobre los cerros enfrente de mí al otro lado del valle. Están lejos, pero también cerca. Veo la lluvia cubriéndolos: se deshace de la nube como cuando sin querer arrastras pintura mojada. Pero aquí es verdad. Aquí la nube se arrastra para conectarse con la tierra a través de la lluvia. Entre relámpagos hay truenos. Son truenos que llegan hasta lo más profundo de uno: se pueden sentir como si los llevaras por dentro; tiemblas con ellos como si al rugir rugierais tú y la tierra y el cielo. Juntos. Son una fuerza que te llena y que te mueve, revuelven cualquier cosa que escondas o intentes evitar: todo sale con estos truenos, acompañándolos. Me recuerda que todos hemos llevado alguna vez una tormenta rumiándonos por dentro que necesitaba y buscaba salir: ser, romper el cielo y desaparecer dejando el suelo empapado. Llenar de verde los campos.


Miro hacia atrás: en esos cerros también hay tormenta. Unas nubes grises, tan grises que yo las pintaría color malva oscuro. Estoy rodeada. Y aquí mismo sobre esta loma no cae nada. No hay peligro ni lluvia ni rayos. Solo pasa un inesperado frío viento de junio recordándome mi postura, mi situación y mi quietud. Si cierras los ojos puedes olerlo y oírlo todo: la tormenta, el campo, el viento; ¿sabes?, el aire puro cuenta historias. La tierra mojándose a pocos kilómetros de distancia. Las nubes descargándose, azules, malvas, grises, tan duras y suaves al mismo tiempo. Y aunque parecen venir, no llegan. No me alcanzan. Pero es un milagro bailar con este aire humedecido por su presencia, este abrazo de forro polar. Siempre quise dormir en un lugar donde necesitara arroparme por la noche, incluso en pleno verano. Y, aunque el verano aún no ha llegado, se nota que está a punto de hacerlo. Yo aquí lo espero. Arropada, abrazada y plena. Pintando. O leyendo. Observando las flores de gordolobo (Verbascum thapsus) que comienzan a brotar por el campo. Espero que el verano me encuentre aquí mismo, sobre este cerro comiendo albaricoques. Me encontrará con el corazón repleto de agradecimiento y grandeza.


Aunque el verano se acerca, esta tarde incluso con jersey y forro se nota que el sol se está yendo, escondiéndose tras las montañas lejanas y dejando expuesto al fresco a quien espera su puesta con quietud. Hay que abrazarse fuerte y frotarse los brazos para entrar un poco en calor. Cualquier excusa es buena para abrazarse (ni siquiera hay que buscar excusas). Miro al horizonte: a esas montañas tan altas y tan azules. Desde aquí casi puedo tocarlas, pero no llego. Es una ilusión. Siempre lo ha sido.


Por aquí se trepan más bien cerros, que también tienen su dificultad, pero sobre todo es emocionante ir conociéndolos. Hay también barrancos y una va admirándolos casi tanto como a las altas cimas. Al final todos tienen sus tormentas, sus bosques, sus nidos, sus habitantes, su campo. Es todo Naturaleza. Si prestas atención, te puedes dar cuenta de cada detalle: cada loma y cada árbol, cada roca y cada granito de arena. Y de todo lo que los conecta: escarabajos (como la enorme aceitera-Berberomeloe majalis), arañas lobo (Lycosa tarantula), ríos, cascadas, zarzas (Rubus ulmifolius), arcilla roja, toba, abubillas (Upupa epops), nubes, corzos (Crapeolus crapeolus), culebras (Zamenis scalaris)-unas auténticas quinquis-, peces, marrubio (Marrubium vulgare), amapolas (Papaver rhoeas)… y uno mismo en medio de todo ello. Aunque intento camuflarme, sé que soy un ser ruidoso y enorme para quienes habitan esta belleza natural por el simple hecho de pasear con mis botas por la ladera. Una gigantesca humana con pisadas estruendosas. Menos para los buitres (Gyps fulvus): sería un mero piscolabis en la dieta de estos, sí, gigantes.


Me siento tan pequeña y silenciosa rodeada de esta maravilla. Para honrar este agradecimiento que me inunda, dejo algo a cambio de las flores de saúco (Sambucus nigra) que recojo para hacer limonada, de los pétalos de rosal silvestre (Rosa canina) para hacer infusión y de los pétalos de caléndula (Calendula officinalis) que uso para hacer tintas naturales. Y, aunque aplico cada fundamento de la cosecha honorable, siempre siento que se me da mucho más de lo que puedo devolver. Hasta la tormenta me está enseñando, limpiando y bendiciendo.


Sentada en lo alto de este cerro observo todo. El viento parece escaparse de lo rápido que viene y va. Mis rizos van y vienen con él y se escapan de mi pinza del pelo. Los dejo libres, dejo que vuelen con el viento. También escapan las nubes llevándose sus grises y escapan los pájaros a resguardarse en sus nidos. Escapan los escarabajos recorriendo el camino con velocidad, perdiéndose entre la hierba alta. Escapan los buitres alejándose de la tormenta y veo a dos burros escapar también hacia su cuadra para que no los alcance la lluvia.


Pero hay algo aquí que nunca se escapa: todo lo contrario. Te atrapa y te rebosa y te marca y te recuerda quién eres. Te coge de la mano y te eriza la piel. Es algo que te reconoce y te llama por tu nombre. Encontrarse con ella es como encontrarse con todo lo que una ha buscado siempre y lo que siempre buscará la naturaleza humana desde el fondo de sus entrañas. Es algo que, al alcanzarte, te hace olvidar todo lo que no es importante. Te hace recordar lo que hemos venido a ser. Te infla el pecho de valentía y alegría y sentido.

 Porque aquí no se escapa nunca la vida. No se escapa una tampoco de vivirla. No escapas de su llamada y no escapas de seguirla, de observar todas sus formas y ser parte de ellas. En medio de las tormentas eléctricas y atronadoras, sobre el cerro con luz de atardecer o cuando amanece, por los campos observando escarabajos, por el camino viendo un corzo salir corriendo monte arriba, en esos rayos de sol que entran por la ventana y acarician las hojas del libro. Aquí, en todo, en cada momento y cada instante, la vida no me deja escaparme. Y yo no me escapo, sino que me dejo. Me dejo llenarme, seguirla y serla.



El son de los cencerros mientras las ovejas pastan por los campos es el arrullo más dulce que he escuchado nunca. Inunda el jardín. Y el alma. Lo puedes oír acercándose y alejándose, acunándote. Te desea buenas noches, buen sueño; te llena de paciencia y paz y tiempo. Te susurra: “Vuela alto, cumple sueños, camina lento”.

 
 
 

Комментарии


© 2025 María Giménez-Arnau. Todos los derechos reservados.

bottom of page