Un gran atardecer
- María Giménez-Arnau
- 21 ene
- 1 Min. de lectura
(Rocas de casa, septiembre 2024)
Huele a frío por primera vez en meses. Se amplía la visión de atardeceres desde las ventanas del salón, y puedo ver cómo los cerros se llenan de luz naranja: la luz de otoño tiene una belleza específica. Mis ojos pueden verla ya desde agosto: la luz está cambiando, se va abriendo paso entre los tonos más amarillos. Y, de repente, un día es naranja; un naranja que baña la tierra y tiñe las hojas de los árboles, los troncos y los buitres. Se vuelve todo más silencioso, poco a poco.
Intento frenar y observar, llevármelo todo ello envuelto a algún lugar profundo de mi interior. No sé dónde se guardan los atardeceres, pero allá donde están apilados siguen vivos. Veo uno hoy, se une al de ayer, como si continuara cosiendo un tejido sutil infinito. Se dan la mano, se vuelven un gran atardecer.

Cómo me gusta la llegada del otoño. Cómo disfruto del fresco, de la ausencia absoluta de carne descubierta; es todo jersey y agarimo*.
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*Agarimar, según el dicionario de galego :
1. v t Tratar con cariño,
2. v t Ofrecer protección ou abeiro a unha persoa ou animal.
3. v Resgardarse das malas condicións climáticas.
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